Llámame
friki pero me gusta la navidad.
Me parece de lo más práctico tener un tiempo en el que tengo que ser bueno por narices. Después, el resto del año, lo que me prima es otra cosa. Una pena, porque mira que me lo paso bien. Me apetece mucho asistir a todas las cenas y comidas familiares. Incluso a las que se preparan en mi casa. Esa algarabía, ese compartir, esa alegría, ese ser cada uno como le apetece porque sabe que está con su familia, los únicos a los que no les importa (o no debería importarles) si pierdes la compostura un rato y, o haces el bobo, o te haces el interesante, o si pasas desapercibido.
Me parece de lo más práctico tener un tiempo en el que tengo que ser bueno por narices. Después, el resto del año, lo que me prima es otra cosa. Una pena, porque mira que me lo paso bien. Me apetece mucho asistir a todas las cenas y comidas familiares. Incluso a las que se preparan en mi casa. Esa algarabía, ese compartir, esa alegría, ese ser cada uno como le apetece porque sabe que está con su familia, los únicos a los que no les importa (o no debería importarles) si pierdes la compostura un rato y, o haces el bobo, o te haces el interesante, o si pasas desapercibido.
Desventurados
aquellos que no son capaces de quitarse la careta del día a día, porque
sufren la marginación y son carne de vacile.
Nota: Dejo a un lado (pero sin olvidarlo) el aspecto de cambio y Esperanza (con mayúscula) al que me invita la Navidad.