Declaración de intenciones


miércoles, 28 de diciembre de 2011

Desde que se entraba a la casa ya se percibía un olor a comida
y unos gritos que resultaban insoportables para quien no estuviera acostumbrado. Jhon llegó aquella noche con aspecto cansado. Dejó las llaves sobre la mesa del salón y se dispuso a poner paz entre María y su hija de 15 años.
      -¡He dicho que no sales así a la calle! -decía María fuera de sí.
Su hija Sonia se estaba terminando de pintar frente al espejo del cuarto de baño. El suelo esta cubierto por la ropa revuelta que se acababa de quitar. Llevaba puesto unas mallas negras que hacían juego con la camiseta negra llena de girones, el cinturón negro, la cinta del pelo negra, el pintalabios negro, la sombra de ojos negra, las uñas negras que, a su vez hacían juego con la muñequera de tachuelas plateadas, las cruces de pendientes, la cara maquillada de blanco, el pircing de la nariz, la cadena que colgaba de su cintura...
María miró a Jhon.
     -¡Mira a tu hija! ¡Puedes estar orgulloso, que esto es culpa tuya!
Jhon sentía debilidad por Sonia. Más que debilidad es que respetaba sus decisiones de adolescente y sobre todo que la escuchaba.
     -Sonia, hija. ¿A donde vas con esa pinta?
     -¿Tu que crees? ¿Tu también me vas a joder esta noche?
     -No. Es que tu madre lleva razón. No me parece un vestido apropiado.
     -Pues no te lo pongas - le dijo mientras le miraba descarada.
Su madre, desde la habitación gritaba - ¡Una puta, eso es lo que parece, una puta!

Los dos pequeños jugaban a golpearse con las almohadas mientras hacian equilibrios sobre la cama para no caerse con una banda sonora de risas y jadeos.
Jhon se fue al salón y retiró ropa, cojines, juguetes y revistas del sofá, hizo un hueco y se sentó esperando a que amainara la tormenta sin su intervención. Cogió el periódico y comenzó a pasar páginas. Maria entró en la cocina después de discutir otra vez con Sonia y cerró la puerta . Al poco rato salió Sonia como una exalación y se marchó dando un portazo. Madre e hija eran irreconciliables.
Pensaba en lo afortunado que era teniendo una amante que le rescataba de la monotonía y con la que podía mostrarse tal como el era sin miedo a que lo criticara su esposa. No le obligaba a nada, no le daba explicaciones y solo acudía a ella cuando la necesitaba. Era como un bastón que le ayudaba a caminar y no caer de rodillas y renunciar a todo. Sabía que no lo estaba haciendo bien, pero de otro modo él ya habría dejado a su mujer. Tener una amante era un mal menor. ¿Qué otra cosa podía hacer?   
Después de que María acostara a los pequeños entre amenazas y algún que otro azote, puso un mantel de tela con lamparones de aceite y sacó el fiambre del frigorífico.
      -No me ha dado tiempo a preparar nada.-dijo de mala gana- Esto es lo que hay. Y a ver si te acuerdas de dejar dinero que para ir al supermercado voy a tener primero que irme a menear el bolso.
      -Vale. Mañana saco del banco.
     -Es que no debería de decírtelo yo. ¿No ves que no hay dinero en casa? ¿A qué esperas para traer dinero?
     -A que me paguen la nómina. No te jode. ¿O es que yo tengo los billetes aquí, en los cojones?
Jhon tiró el trozo de pan sobre la mesa. 
     -¡Ya lo has conseguido otra vez! ¡Que te den! ¡Me voy a la cama!
     -¡Vaya! ¡El señorito se ha molestado!
      A las tres de la mañana, jhon se levantó sigilosamente y se vistió. Se acercó al lado de la cama de María y le dió un beso en los labios. Ella le abrazó por el cuello queriendo retenerlo mientras profirió un pequeño gemido.
      -No puedo María. Es tarde. Hasta mañana.
Salió de la casa. Los basureros aún no habían pasado y las aceras estaban llenas de basura. Un perro urgaba con las patas en una de las bolsas extendiendo la suciedad maloliente por el suelo. La mayoría de las farolas estaban rotas por las pedradas de los crios del barrio. Cruzó la calle y se metió por un callejón donde tenía alquilada una cochera. Al poco rato salió conduciendo un imponente Jaguar Xk8. Desde la casa, María miraba por la ventana como se marchaba.
Transitó por aquel barrio oscuro y marginal, y a unos metros escasos estaba la entrada la autopista que circunvalaba toda la ciudad. Todo habia cambiado de repente; el asfalto sin baches, las farolas brillantes, sin basuras ni desorden. Condujo durante más de media hora hasta que salió de la autopista en dirección a una urbanización de lujo. Estaba cerrada por un muro de piedra y en la única puerta de entrada había una garita con un guardia de seguridad privado. Al pasar Jhon a su lado lo hizo muy despacio y saludó con la mano al guardia, quién le devolvió el saludos con la cabeza mientras Jhon aceleraba nuevamente. Llego a una gran casa, imitación de estilo colonial. Entró al salón y subió por unas escaleras al primer piso. La planta baja era toda diáfana, y con una decoración exquisita. Todo ordenado, con un agradable olor a ambiantador de madera. Luego llegó hasta una habitación donde había una inmensa cama con dosel donde dormía desnuda una mujer rubia, de cabellera larga y con un cuerpo esbelto y deseable. Solo quedaban cubiertos sus muslos con la sábana. Jhon se desnudó, se tumbó a su lado y se durmió.
A la mañana siguiente, después de asearse y aún con el pijama bajó a la cocina obligado por el olor a café recién hecho. Allí estaba la mujer rubia. Vestía una bata de raso y estaba preparando el desayuno.
      -Buenos días -saludó Jhon
     -Buenos días cariño. ¿A qué hora volviste ayer?
     -Al rededor de las 3. La reunión se hizo eterna.
     -Voy a tener que hablar con tu jefe - sonrió- ¿No será que tienes un lío por ahí?
Jhon se levanto de la silla y se dirigió hacia su esposa.
     -Sabes muy bién que yo solo tengo ojos para tí.
     -Mas te vale.