Cada uno lee lo que quiere.
Voy pulsando teclas y esa acción se transforma en palabras que puedo identificar en el monitor. Son trazos muy simples que edito haciéndolos gruesos o delgados y los estiro o achato, o los hago redondos, qué se yo...
Voy desnudándome como lo haría una cebolla, colocando las capas que me quito por aquí y por allá (eso si, pulcramente dobladas para no tener que plancharlas otra vez)
Voy cogiendo palabras ya formadas en mi cabeza, como nube o lluvia, árbol o garrapata. Y entonces me como la nube (resulta que era de azúcar) y la lluvia se transforma en lágrimas unas veces y otras veces me sirve para apagar un fuego. Luego puede que pele el árbol y lo deje en los puros huesos y escondo la garrapata detrás del esternón.
Para que llegue un hombre o una mujer
(no digo persona para que nadie se sienta excluido)
y al final, si lee, es a sí mismo
o en la mayoría los casos, no lee nada.
(Inspirado en un poema de Ángel González)