Declaración de intenciones


martes, 13 de enero de 2015

Te odio.


Amadísimo mío: Odio ser tu amiga.
Bueno, más que odiarte a ti odio todo lo que te representa; odio tu olor; odio tu sonrisa; odio que seas feliz con otra persona; desde lo más profundo de mi ser, con todas mis fuerzas, te odio.

miércoles, 7 de enero de 2015

Luces verdes.


(Ocho personas contemplan ensimismadas las luces de Navidad encendidas que cuelgan de un lado al otro de la calle.)
- ¡Mira Pepe, las amarillas son las que más brillan!
- Las que ponían en mi pueblo si que brillaban.

Cosas de ángeles.


El hombre, joven, alto y con el pelo rizado andaba con tranquilidad. 
Entró en la casa, se quitó la gabardina y sus alas emplumadas se abrieron durante unos segundos todo lo que les era posible abrirse, para desentumecerse y adoptar una postura más natural.

lunes, 8 de julio de 2013

Rosas rojas



-Madre, mira que rosas tan bonitas te traigo –decía Marianín mientras sujetaba el ramo con extremo cuidado para no lastimarse las manos. La madre, orgullosa por el detalle de su hijo, buscó un búcaro y colocó las preciosas rosas rojas sobre la mesa del salón, el lugar más visible de toda la casa. A la mañana siguiente las rosas se habían deshojado formando alrededor del recipiente una barrera de pétalos rojos aún vivos.

sábado, 6 de julio de 2013

Amistad


Gatuso, por la manera en que nos tratamos, tú y yo somos amigos, y eso me preocupa porque lo mejor para conservar la amistad, dicen algunos, es poner tierra de por medio, y hoy por hoy no está dentro de nuestras posibilidades ni de nuestros deseos. Además, tú no sabes escribir -no por mi culpa, que yo si quise enseñarte-, y tampoco sabes leer esas cosas que escribimos los humanos, letras, mis cartas te sabrían a poco y al final perderíamos el contacto.
En nuestro caso particular, Gatuso, la mejor manera de conservar la amistad es estando uno frente al otro y observarnos para leernos las caras y los gestos. Por ejemplo, cuando te hablo de mis cosas, sé que me entiendes y, sin embargo, ni preguntas, ni vas por ahí con chismorreos. Es de agradecer contarle un problema a un amigo y que no te dé consejos cuando tú solo quieres sentirte bien con su simple presencia. Por eso aprecio tanto tu amistad.

En mis horas bajas, justo cuando dejo de sentir motivación alguna y no me queda nada por lo que seguir viviendo, cuando la montaña rusa de la vida me provoca angustia y el estómago se me empequeñece en un suspiro, cuando no tengo ganas ni de verme y todo se presenta negro y soy presa del síndrome de estar harto de todo, de compartir la existencia con los abúlicos, con los indiferentes, con los desganados, con los apáticos; cuando sólo soy un reflejo en el espejo, justo en esos momentos agradezco tu presencia porque cuando soy consciente de que te miro y tú me miras empieza a cambiar el signo de mi ánimo.

La vejez

El pobre Damián ¿Sabes a quién me refiero? Damián el del primero? Si, Gatuso, fue quien te recogió la primera vez que te escapaste de casa a echarle un vistazo al mundo, hasta que llegaste al portón de la entrada y comenzaste a maullar y Damián te oyó y te rescató.
Desde hace unos meses, antes de que entrase el frío, Damian vive solo. Ya sabes, Tomasa, su mujer, murió de un paro cardíaco, tenía tantos males, tantas teclicas desafinadas, como ella decía, que su corazón no lo resistió y una mañana ya no despertó.
¡Qué pena me da Damián! Parece que él quisiera acompañarla y anda perdido porque no sabe qué hacer; no tiene a quién cuidar. Antes, se paraba cada vez que nos cruzábamos para saludarme y preguntarme por ti, Gatuso, pero esta misma tarde ha pasado junto a mí sin reconocerme.
Me hace pensar en mi vejez. ¿Qué pasará cuando mis sentidos ya no respondan? ¿Acaso seguirás a mi lado y me seguirás queriendo igual? Pero claro, tú no sabes de lo que hablo. Vosotros tenéis siete vidas.

Al pobre Damián hasta le cuesta trabajo andar apoyándose en la cachaba. Va arrastrando los pies sin apenas fuerzas, con mesura y sin hacer ruido para que la muerte no se dé por aludida. 

El trastero


Hace un rato entré al trastero de la casa. Ya sabes Gatuso que es una habitación abarrotada de objetos saturados de polvo, inservibles contenedores de recuerdos, cosas de las que no me atrevo a desprenderme por miedo a perder su recuerdo de la memoria de mi corazón. Objetos que me despiertan sensaciones, olores, pasiones, colores; partes de lo que fue mi presente en el pasado; resucitan personas queridas y vuelvo a jugar con mis amigos de la infancia y me doy cuenta que el futuro no es otra cosa que revivir.

 Tú, Gatuso, no tienes mucha memoria, la justa para tu superviviencia, es decir, que recuerdas dónde está el tazón con tu comida y poco más, porque mira que he intentado que no medites en el sillón de la salita que si viene alguna visita me avergüenza que lo vea lleno de pelos de gato. Es una batalla perdida contigo. ¡Ya no sé que hacer!

Mi gato



Gatuso, así se llama mi gato, se hace el remolón cada vez que lo llamo: -¡Gatuso, vén, toma!, y él a lo suyo. Físicamente es un gato agraciado que a casi todas las personas le gusta y lo piropean al verlo y él hincha el pecho blanco y encorva el lomo canela mirando para otro lado haciéndose el interesante. A veces se pasa el día haciendo como si durmiera, pero en realidad está pensando, yo lo sé porque no llega a cerrar los ojos del todo. Cuando en realidad duerme es por la noche.
Gatuso es un gato imponente con sus largos bigotes blancos, su esponjoso pelo y su prominente y espesa cola que utiliza a modo de estandarte cuando pasea por la casa.
Gatuso se esmera en su aseo personal cada vez que abandona la meditación; sentado se lame concienzudamente la pata derecha y acto seguido la frota contra su cabeza, una y otra vez, para después repetir la ceremonia con la pata izquierda. Tras el repaso a los genitales y un ligero mordisqueo en su cola, se incorpora dispuesto a chequear que todas las cosas siguen en su sitio y, sobre todo, si hay algo nuevo ya sea un jarrón, un cenicero o cualquier figurilla sobre la mesa o la estantería.
A Gatuso le gusta que le pise la cola cuando paso por su lado. No me refiero a cuando la piso sin querer y apoyo todo mi peso, sino cuando lo hago de manera ligera, casi como una caricia, y el responde maullando con una intensidad proporcional a la presión que nota, igual que lo hacen los gatos de goma.
No se crean que vivir con un gato engreído es fácil, que igual decide que las siete de la mañana es hora de levantarse aunque sea domingo, salta a la cama y te despierta con  un áspero ronroneo en el oído. Otras veces insiste en acompañare mientras tecleas en el ordenador y se tumba sobre el teclado. Pero lo peor de todo es la cantidad de pelo que va dejando por aquí y por allá, como si se estuviera desplumando; mechones arrancados o pelos sueltos que acaban formando un pelotón rodante por el suelo.

¡Ay gatuso, de haber imaginado lo importante que serias para mí te habría llamado... por ejemplo Platero!

jueves, 9 de mayo de 2013




Recurrente

El principio es un estar y un no estar; es sentirte presente en dos mundos de

miércoles, 8 de mayo de 2013



¿Recuerdas aquella tarde que no nos hablamos?  ¡Cuantas cosas pudimos no decirnos!