Declaración de intenciones


miércoles, 7 de enero de 2015

Cosas de ángeles.


El hombre, joven, alto y con el pelo rizado andaba con tranquilidad. 
Entró en la casa, se quitó la gabardina y sus alas emplumadas se abrieron durante unos segundos todo lo que les era posible abrirse, para desentumecerse y adoptar una postura más natural.

Eran grandes y pesadas. El hombre estaba acostumbrado a soportar ese peso sobre su espalda. Un mortal no podría soportarlo.
Dejó su gabardina colgada en el perchero de la entrada junto con su zurrón de lana y llegó hasta la cocina.
-Lo has vuelto a hacer ¿verdad?. El brillo de tus ojos te delata –le dijo su compañero de piso nada más verlo-.
El hombre joven sonrió y se encogió de hombros.
-Puede ser que lo haya hecho.


La mujer era joven aunque su aspecto transmitía más edad de la que se podía deducir leyendo su carnet de identidad: María Martínez Hernando, nacida en Buenos Aires el veintisiete de enero de 1.979, hija de Honorato y Engracia, grupo sanguíneo O positivo –eso no lo decía su carnet de identidad, pero era igualmente cierto-.
Se sentía la persona más desgraciada del mundo, ¡que digo mundo, del universo entero!
-No sé lo que tengo que hacer-en su mente no paraba de visualizar lo que le estaba ocurriendo, como si de una película sin fin se tratara-. No es culpa mía, pero que voy a hacer ahora. Hoy es Noche Buena y no puedo solucionar nada, lo único que puedo hacer es que mis hijos no se den cuenta de nada, angelicos míos, ellos si que son inocentes. Esta noche arreglaremos un poco la casa y cenaremos.
Si no estuviera tan sola esto sería más llevadero.
Me gustaría haber conocido a alguien en quién confiar y contarle todo,… eso me sentaría bien y podría pensar con claridad, pero no conozco a nadie aquí; si estuviera en el barrio, allá en Buenos Aires, sería distinto, pero aquí… en mala hora.  ¡Dios mío, estoy sola! solo me quedan mis hijos. Si no fuera por ellos ya habría hecho una locura. Y ahora esto, no puedo pagar los meses que debo de alquiler y menos en el plazo que me pide el Juzgado.
María miraba a través de la ventanilla del autobús, dejándose transportar por los reflejos de las luces que adornaban la avenida y que se estrellaban en el vaho que cubría el cristal, transformándose en una infinidad de puntitos de colores.
En ese momento un hombre joven, con el pelo rizado y paso tranquilo se dirigió hacia el asiento donde estada ella:
-Buenas noches, si me permite-el desconocido sacó del fondo del zurrón que llevaba colgado una caja adornada con un bonito lazo rojo y aprovechó que el autobús paraba para dejar la caja sobre el regazo de María y bajar del autobús.

María se quedó inmóvil esperando que alguien le dijera que era un error, que la caja no era para ella, que el joven se había confundido de persona, pero comprobó que ella era la única viajera.
Quería encontrar una explicación antes de abrir el paquete, pero no la encontraba. Al cabo de unos minuto intentó abrirlo sin romper el lazo y sólo consiguió ver unas pequeñas bolitas de colores. Con el vaivén del frenazo del autobús no pudo darse cuenta con más detalles de lo que había dentro de la caja.
Bajó y se dirigió a casa.
-Hola chicos –gritó nada más entrar-
Media docena de pies corrieron hacia ella y otra media docena de brazos se colgaron de su cuello haciendo que casi perdiera el equilibrio.
-¿Queréis que pongamos el árbol de navidad?
-Siii –contestaron al unísono.
Sacó el viejo árbol de navidad de plástico y metal, y entre los cuatro fueron encajando las piezas; luego colgaron las bolitas, figuritas de madera y por último el espumillón.
-¡Pero no tenemos luces!- dijo alguien- ¡sin luces es más feo!
-Quizá si tengamos luces –dijo María pensando en el regalo del desconocido-
Sacó la caja del bolso y la abrió ante la expectación y el silencio que se había producido. Dentro había una tira de pequeñas bombillas de colores que con gran algarabía consiguió poner rodeando el árbol.
-Gracias mamá, ahora si parece navidad.
Después de cenar y mientras María recogía la mesa y fregaba los platos, los tres chiquillos estuvieron reubicando los adornos del árbol durante un rato hasta que su madre los mandó a la cama.
Ya con la casa en silencio, mientras recogía del suelo del salón los adornos sobrantes, envoltorios de papel y trozos de espumillón defectuosos observó que dentro de la caja de las luces de navidad había un papel escrito con un número que parecía ser el de un teléfono móvil.
Tuvo la intuición de que ese número no estaba ahí por casualidad. Y ni corta ni perezosa llamó al número escrito.
-¿Si?-contestó una voz masculina.
-Buenas noches, perdone la hora de llamar, pero es que tengo una llamada perdida suya –mintió- y no se quién puede ser.
-Llama usted a Agustín Martínez. –contestó la voz-
El corazón le dio un vuelco a María
-¿Nico?
-Si, así me llaman en casa, pero ¿quién es usted?
-¡Soy María, tu hermana!
La voz del teléfono comenzó a gritar:
-¡María, bendito sea Dios, por fin te hemos encontrado!
Entonces María miró las luces parpadeantes que colgaban del árbol de Navidad, recordó el autobús, sus preocupaciones, al extraño que le regaló la caja y pensó:
-¡Ahora si lo entiendo todo!




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