Declaración de intenciones


martes, 13 de enero de 2015

Te odio.


Amadísimo mío: Odio ser tu amiga.
Bueno, más que odiarte a ti odio todo lo que te representa; odio tu olor; odio tu sonrisa; odio que seas feliz con otra persona; desde lo más profundo de mi ser, con todas mis fuerzas, te odio.
Te odio por los recuerdos que nunca tendremos y que, por supuesto nunca recordaremos. Te odio como si fuera eso lo único que supiera hacer; como Prometeo, morir por odio y despertar por amor cada mañana irremediablemente.
Si del amor al odio hay un solo paso, ¿entonces cuanto más te odio más te amo? Si eso es así me alegro de odiarte tanto, porque estoy más cerca de tu amor; peor sería la indiferencia ¿no crees?. Pero tú que vas a saber de odio. Tu que puedes decidirte por un compromiso serio, valiente, puro, sin dobleces como yo te exijo, prefieres la comodidad de lo vulgar, de lo fácil; el camino del cobarde. Un pez muerto no puede nadar contra corriente, hay que estar vivo.
Es una decisión personal querer estar vivo o querer estar muerto y yo, a veces, no es que quisiera estar muerta (no sé si ya lo estoy, muerta digo) es que quisiera no ser, no haber existido nunca ni siquiera en la memoria de mis padres, no haberte conocido: para conseguirlo me quedo quieta, muy quieta durante horas, hasta que me da todo igual y espero que la apatía vaya contagiando a cada una de las partes de mi cuerpo que poco a poco irían abandonando su ritmo natural, y lo mismo pasaría con mis células y mis moléculas y mis átomos, y cuando consiguiera que las partículas de mis átomos tampoco se movieran, entonces iría desapareciendo poco a poco hasta llegar a ser olvidada por todos y solo entonces, quizás, por un momento pueda dejar de pensar en ti.
¿Crees en el destino? Yo no creo. Yo creo en la voluntad, y a mi voluntad la mueve el  odio, y no sé si hay algún plan maestro que rija el Universo, pero seguro que lo puedo cambiar y así podre dar el paso que falta para que mi odio fuese amor compartido. Lo único que no puedo cambiar es tu voluntad para dirigirla hacia mí de una forma nítida y decidida; es lo que tiene el libre albedrío.
¿Crees que debería abandonar? ¿Estoy condenada a tu indiferencia? Yo creo que la respuesta es no. Amor mío, decídete.

Con todo mi odio, un beso.

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