-Madre, mira que rosas tan bonitas te traigo
–decía Marianín mientras sujetaba el ramo con extremo cuidado para no
lastimarse las manos. La madre, orgullosa por el detalle de su hijo, buscó un búcaro
y colocó las preciosas rosas rojas sobre la mesa del salón, el lugar más
visible de toda la casa. A la mañana siguiente las rosas se habían deshojado formando
alrededor del recipiente una barrera de pétalos rojos aún vivos.
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