Gatuso, por la manera en que nos tratamos, tú
y yo somos amigos, y eso me preocupa porque lo mejor para conservar la amistad,
dicen algunos, es poner tierra de por medio, y hoy por hoy no está dentro de
nuestras posibilidades ni de nuestros deseos. Además, tú no sabes escribir -no por mi culpa, que yo si quise enseñarte-, y tampoco sabes leer esas cosas que escribimos los humanos,
letras, mis cartas te sabrían a poco y al final perderíamos el contacto.
En nuestro caso particular, Gatuso, la mejor
manera de conservar la amistad es estando uno frente al otro y observarnos para leernos las caras y los gestos. Por ejemplo, cuando te hablo
de mis cosas, sé que me entiendes y, sin embargo, ni preguntas, ni vas por ahí
con chismorreos. Es de agradecer contarle un problema a un amigo y que no
te dé consejos cuando tú solo quieres sentirte bien con su simple presencia. Por
eso aprecio tanto tu amistad.
En mis horas bajas, justo cuando dejo de
sentir motivación alguna y no me queda nada por lo que seguir viviendo, cuando
la montaña rusa de la vida me provoca angustia y el estómago se me empequeñece
en un suspiro, cuando no tengo ganas ni de verme y todo se presenta negro y soy
presa del síndrome de estar harto de todo, de compartir la existencia con los
abúlicos, con los indiferentes, con los desganados, con los apáticos; cuando
sólo soy un reflejo en el espejo, justo en esos momentos agradezco tu presencia
porque cuando soy consciente de que te miro y tú me miras empieza a cambiar el signo
de mi ánimo.
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