Recurrente
los que no sabes definir el momento ni la historia y te ves despojado, poco a poco, de tu propia consciencia. Lo urgente abandona su premura y lo trivial, incomprensiblemente, torna a esencial de la misma manera que el crepúsculo se hace noche y se hace día. Es incontrolable pero no es imperioso, más bien afable y, así, con extrema delicadeza y decisión, te va rindiendo hasta que te despoja de la voluntad para quedar bajo su mandato. Lo conoces, sabes que es inútil oponerse a sus deseos, y a pesar de eso luchas en una batalla perdida de antemano que te lleva a la dulce derrota. Entonces, una vez que te ha transfigurado, ya en su mundo, te hace libre para que cumpliendo con sus reglas estrictas seas el que realmente eres: igual pájaro, color, lluvia o persona. Vuelas y no sabes por qué, nadas por el océano que nunca has visto o descubres el verdadero argumento de la vida y la muerte. Su sentido de justicia es tal que en cualquier momento te despoja de las alas y caes en la negrura ciega, en el frío vacío, y así, con la misma intensidad con que te hace libre te condena a la esclavitud de la angustia y el miedo desmedidos y luchas con todas tus fuerzas y gritas, pero no notas las vibraciones en tu garganta sintiéndote aún más perdido, sin nada a lo que aferrarte, ni siquiera al desfallecimiento. Saber que no tienes nada que temer y que estás a salvo bajo su protección no te exime del miedo irracional que te hace sudar y te agita violentamente hasta que notas un ligero vaivén y oyes una voz al otro lado que te dice: “Cariño mío, despierta, otra vez tu pesadilla”.
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