Declaración de intenciones


domingo, 25 de marzo de 2012


Se está haciendo tarde.

Esta tarde he sentido algo muy especial por una mujer. Era  la artista que exponía en la galería de Stephan.
Yo no quería ir, pero Tonia, la novia de Stephan ha insistido <<Debes ir>> <<Además, a tu amigo Stephan le vendrá bien la publicidad para la galería>> Tonia sobrevalora mis críticas. Decidí ir para hacer acto de presencia, tomar una copa y volver a casa, probablemente a terminar la fiesta yo solo, como siempre desde que Micaela me dejó. Sería más justo si digo que nos dejó. La mañana de ese día salí de casa para ir a la redacción. El cielo gris cenizo auguraba que iba a ser uno de esos largos días frios y lluviosos, y yo no llevaba paraguas. Entré en casa y entonces vi a Micaela que se acaba de levantar. Su mirada era triste como el día. Extendió el brazo hacia mí pero yo no hice nada. Solo volví a salir a la calle. No es que fuera cobarde. Es que no sabía qué hacer. Tonia me ha recibido con la sonrisa y el agrado que le caracterizan. Es una mujer extraordinaria, con una vitalidad que abruma. Después de ofrecerme un whisky, que yo acepté encantado, me acompañó en un recorrido por la sala. No había mucha gente. Yo le había insistido <<Stephan, este no es el mejor momento>> pero no me hizo caso. Se empeñó en montar la galería convencido que con sus contactos sería suficiente para darla a conocer. La primera exposición le fue bien. Se vendieron varias obras y acabó con un pequeño superavit. Fué de un tal Stojonky. Una pintura trasnochada y francamente aburrida. Ideal para las paredes de cualquier restaurante barato. Ya que se había decidido por la aventura de la galería, al menos debía aportar originalidad y creatividad en las autores y obras que escogiera para exponer. Pero el me decía <<Tengo que pagar el alquiler, la luz, la publicidad... y eso no se paga con originalidad sino vendiendo>>.
Acabé el segundo whisky y fui a recoger el abrigo para regresar a casa. Al dirigirme hacia la salida me fijé con detenimiento en uno de los cuadros expuestos y me quedé sorprendido. Era muy hermoso, realizado con una técnica exquisita e inusual. Los colores saltaban del lienzo e invitaban a la contemplación. No se por qué, pero me impresionó profundamente. Me trasladaba a los tiempos en que era feliz al lado de Micaela, haciendo planes constantemente, como aquella vez que planeamos un viaje a Italia en tren. Lo planeamos un domingo por la tarde. Barajamos varias opciones: viajar lo más rápido posible hasta Roma o hacer alguna parada aunque se perdiera un dia o dos. Al final decidimos viajar sin perder tiempo. Visitaríamos el Coliseum, el panteon, comeriamos pizza, La plaza de España... Disfrutábamos con los preparativos, aunque nunca fueramos a ningún sitio. <<¿Te gusta?>> oí decir a Tonia destrás de mí. Al volverme la ví junto a Tonia, que se acercaba para presentármela. <<Te presento a Zaida, la pintora>> No vi a nadie mas que a ella. Las demás personas desaparecieron de la sala y enmudecieron. Ella y yo solos en el universo. <<¿Quieres otra copa, o ya te marchabas?>> me dijo Tonia. Yo le contesté que no me marchaba <<Me gustaría charlar con la artista, si me lo permite>> Zaida asintió con la cabeza. Fué una hora y media de charla maravillosa. Me di cuenta enseguida de su sólida formación artística, de ahí su técnica que tanto me había impresionado. Hablamos del Greco, de Murillo, de Tapies, de Picasso, de Monet...
Su voz suave con un marcado acento argentino me transportaba a una nube en el cielo brillante. La pintura, poco a poco quedó en un segundo plano para mí. Lo que me importaba era su sonrisa, el gesto de sus manos cuando me explicaba sus cuadros, la manera de recogerse el pelo en una cola de caballo para después soltarlo, su olor a jazmín. A mi edad yo no sabía que todavía pudiera sentir esas cosas. Con el tiempo me he convertido en un interesado materialista. Micaela me lo echaba en cara unos meses antes del accidente. Bueno, accidente por calificarlo de alguna manera. El doctor nos había hecho mucho hincapié en que no volviera a recaer con la bebida o las consecuencias podrían ser nefastas y definitivas. Pero no se dió por enterada y continuó con su búsqueda en el fondo de cualquier botella de Vodka. La mañana del accidente, cuando volví a casa a coger el paraguas y me extendió el brazo mientras sujetaba en la otra mano una botella vacía, no supe que hacer. Huí, que era lo que mejor sabía hacer. A media mañana me llamaron al trabajo para darme la noticia del accidente, pero yo ya lo sabía. No se cómo ni por qué, solo sé que al oir por el auricular que era la policía yo ya estaba enterado de todo.
No se si fué por efecto del whisky, pero mirando en sus ojos me vi por un instante en mi infancia, jugando en la calle con mis amigos del barrio, Luis y los demás a los que no volví a ver, pero que aparecen en primera fila de mis recuerdos de esa época.  Micaela me decía que no tenía amigos, y era cierto. No solo no tenía amigos sino que era incapaz de hacerlos. Nunca he tenido la generosidad suficiente para aceptar algo sin sentirme en la obligación de corresponder. Y eso es incompatible con la amistad verdadera. Acabó siendo una obsesión para ella porque poco a poco perdimos la facultad de disfrutar el uno del otro y era preciso que hubiera alguien más que actuara de catalizador. Solos nos aburríamos.
Mientras acabábamos nuestra copa Zaida me dijo que esa misma noche partía en un vuelo hacia Jerusalen donde residiría durante los próximos 6 meses. Una beca de arte de una universadad Israelí le iba a permitir ampliar sus estudios y a la vez encontrarse con las raices que, aunque lejanas el sabbat y el Yon Kipur las habian hecho crecer año tras año. Enterarme de su viaje esta misma noche ha sido amargo para mí. Desde el centro de la ciudad donde está la galeria de Stephan hasta el aeropuerto hay una media hora en coche. Ese era todo el tiempo que me quedaba para disfrutar de Zaida. Durante el trayecto hemos ido hablando en voz baja de cómo el futuro se reescribe una y otra vez a cada segundo que pasa. Yo sé que ella está tan noqueada como lo estoy yo. Sentado en el coche, alargando el tiempo para retrasar la despedirla de ese viaje que me aleja de ella hasta no se sabe cuanto tiempo, quizás para siempre, he tenido ganas de llorar. Es maravilloso y a la vez inquietante como un ser como ese, del que solo conozco su nombre, del que no se nada de su vida, me haya podido crear tanto desasosiego ante la idea de perderlo. No ha habido ni un beso. Ni un abrazo. No se como es la textura de su piel ni la humedad de sus labios. Nuestras lágrimas han llenado los últimos momentos. Zaida se baja del coche y se aleja corriendo, sin mirar atrás. Y yo lloro desconsolado.



FIN

Nota: Tonia me ha llamado esta mañana al despacho del periódico para preguntarme como acabó la velada. Le he dicho que bien y le conté lo que nos pasó en el aeropuerto. <<No te apures. Yo puedo conseguirte el teléfono a través de su agente>> Lo ha dicho con un tono de sorpresa pero a la vez divertido. He dejado escrito el teléfono de Zaida en un posit, frente al teclado del ordenador. Mirando el número he sentido una especie de ridículo y de vértigo. No sé la edad de Zaida. Debo ser por lo menos quince años mayor que ella. Sin embargo no siento que la diferencia de edad sea un impedimento. Ni tampoco una ventaja, la verdad sea dicha. Creo que no voy a llamar a Zaida hoy. Si, ella también lloraba cuando nos despedimos, pero me dá miedo. No se que hacer. Esta vez no huiré.

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