Declaración de intenciones


martes, 29 de enero de 2013


Nikolái Krimov era un honrado agricultor que vivía  en un pueblo de la Comarca de Sokov, en el centro de Rusia, llamado Vokhtoga.
Vivía con su mujer, Yevguina Nikoláyevna y sus tres hijos, Leonid, Vladímir y Seriozha. Hombre serio y cabal, trabajador y fiel cumplidor de las tradiciones. En su casa se mostraba serio y distante para mantener su autoridad, y cuando alguno de sus hijos hacía alguna travesura lo castigaba severamente:
-No, padre, ha sido sin querer, se me cayó sin querer  -imploraba su hijo menor Seriozha-
-Has roto el tarro de la miel que tanto le gusta a tu madre. Así aprenderás a tener cuidado. –Y lo encerró en el cobertizo durante una semana. Solo lo podía visitar su madre para llevarle la comida.

Tenía un vecino y buen amigo Stepán Fiódorovic Spiridónov, padre de familia con dos hijos, Mitia y Anatoli. Era agricultor como Nikolái y compartía las tareas del campo con su esposa Marusia Spiridónov. También era muy querido en el pueblo por ser hombre de palabra, muy trabajador y fiel cumplidor de las tradiciones. En su casa él era el que mandaba y todos le respetaban, y cuando alguno de sus hijos cometía alguna imprudencia, antes de imponer ningún castigo hablaba con el chiquillo para valorar la gravedad de lo ocurrido.
-Dime, Anatoli, ¿Qué ha pasado?
-Cogí sin permiso la compota de manzana y comí varias cucharadas.
-Pero esa compota no era tuya, era de toda la familia, ¿verdad Anatoli?
-Si padre. Lo he hecho mal.
-Por tu comportamiento egoísta no podrás comer de esa compota de manzana.

En las dos familias reinaba el orden y nunca ninguno de sus miembros dio que hablar en el pueblo.

Justo en medio de los dos amigos tenía su casa una anciana viuda, Liudmila Sháposhnikova. Vivía de lo que cosechaba en su huerta y de la leche de su vaca, con la que hacía quesos y mantequilla para alimentarse ella y para dar a sus vecinos a cambio de otras cosas que necesitaba como sal, azúcar o café.

Era el mes de marzo y la hierba verde empezaba a abrirse paso entre la nieve ya débil y transparente. Los agricultores del pueblo tenían preparada la tierra para empezar a plantar; Nikolái y Stepán siempre eran los primeros en sembrar el trigo o patatas o zanahorias según lo que hubieran plantado el año anterior.
Debido a su edad la anciana Liudmila necesitaba más tiempo que los demás para terminar de arreglar los cuatro palmos de tierra que tenía.

Los hijos menores de ambos matrimonios, Seriozha y Anatoli solían jugar juntos después de hacer las tareas en casa. Los días eran cada vez más largos, al igual que sus ratos de juego.
Una tarde los dos chiquillos correteaban cerca del huerto de la anciana Liudmila. Envueltos en el éxtasis del juego entraron en el pequeño huerto recién sembrado de trigo, con el que la anciana molía la harina en el molino y cocía estupendos panes para alimentarse todo el año.
-¡Te he cogido, Anatoli, tramposo!
-¡No, solo me has tocado, Seriozha, embustero!
-Te vas a enterar. Y ambos chiquillos comenzaron una pelea primero tirándose tierra, para terminar revolcándose por el pequeño huerto de la anciana.
-¡Ay! Dios mío! ¡Mi sembrado! ¡Lo habéis estropeado y no tengo más grano para sembrar! ¡Malditos seáis!
- Seriozha y Anatoli, al escuchar eso se dieron cuenta del destrozo que habían hecho y salieron corriendo, cada uno por su lado.
De camino a su casa, Seriozha pensaba:
-Mi padre me va a matar. Siempre me dice que tenga cuidado y no pise ningún sembrado. No se lo que voy a hacer - y comenzó a llorar mientras caminaba. Cuando se repuso pensó que quizás la vieja había dicho eso sólo para asustarlos y lo más seguro es que aún no tuviera nada sembrado, así que ¿para qué levantar la liebre? Y decidió no decir nada en casa por miedo al castigo que le impondría su padre.
-¿De dónde vienes tan sucio, Seriozha?
-De jugar con Anatoli.
-Vaya par de marranos. Ahora mismo te lavas que vamos a cenar en cuanto llegue tu padre.
Al oír mencionar a su padre se aterró.
-Me voy a la cama, Madre. No tengo hambre.
-¿No tienes hambre? Tú estás enfermo. Ven que te toque la frente.
-No estoy enfermo. Solo que tengo sueño.
-Muy bien, hijo. Pero primero lávate.
Cuando llegó el padre, Seriozha ya estaba en la cama haciendo como si durmiera.
-¿Y a este qué le pasa? –preguntó Nikólai
-Dice que tiene sueño. Déjalo, esposo.

Anatoli llegó a su casa casi a la vez que su compañero de juegos Seriozha. Su madre, al ver la suciedad que traía le ordenó que le lavara de inmediato y que se sentara a la mesa a cenar. Él dijo que le dolía la barriga y que prefería irse a dormir.
Al llegar Stepán  a su casa después de una dura jornada de trabajo solo vio sentado a la mesa a su hijo mayor Mitia, y preguntó:
-¿Dónde está Anatoli?
Su esposa respondió:
-Dice que le duele la barriga y se ha acostado.
-Que extraño. Voy a ver qué le pasa.
Stepán se acercó a su hijo que estaba tapado con una manta hasta la cabeza.
-¿Duermes Anatoli?
-No padre. –constestó-
-¿Qué te ocurre? Es la primera vez que no te sientas a la mesa con tu familia. Algo te debe pasar.
-No me pasa nada padre. Solo que tengo sueño.
-Anatoli, si ha pasado algo debes decírmelo. No debes temer al castigo. Te escucharé primero y después decidiremos si debo castigarte o no.
Su hijo guardó silencio unos instantes y se echó a llorar. Cuando los suspiros del llanto le dejaron hablar le confesó todo a su padre, que se enfadó mucho por el daño que había causado a su anciana vecina. Ahora tendría que darle él una parte de su cosecha para que la anciana Liudmila pueda moler la harina y así poder comer pan.
-No comprendo cómo habéis podido ser tan poco cuidadosos por vuestro juego. ¿Has pensado en la pobre Liudmila, el daño que le habéis causado?
-Sí, padre.
-Bien. Mañana te diré cuál será tu castigo. Ahora, levanta y vamos a ver a la anciana.

Los dos, padre e hijo, se presentaron en la casa de Liudmila, que estaba abatida. Stepán la tranquilizó diciendo que él se encargaría de entregarle el grano que necesitara. Se disculpó por lo ocurrido y Anatoli también se disculpó. Liudmila quedó reconfortada porque vio que las disculpas de su vecino Stepán y su hijo Anatoli eran de corazón.

Al día siguiente, a la hora de comer se presentó la anciana Liudmila en casa de su otro vecino Nikolia, acompañada por el alguacil del pueblo, que no era otra persona que un viejo soldado retirado llamado Piotr Nóvikov.
-Buenos días, vecina. Vengo a ver a tu marido Nikolai
-¿Y necesitas a Piotr para hablar con mi marido? ¿Qué ha pasado?
-Prefiero hablarlo con él –contestó la anciana-
-Voy a mandarlo llamar. –Entró en la casa y al instante salió corriendo un chiquillo en dirección a donde estaba su padre para avisarle que viniera-
Al rato apareció Nikolái con el hijo que había ido a llamarlo. La anciana Liudmila le contó todo lo ocurrido y le dijo que había avisado al alguacil para que hiciera justicia. También le puso de ejemplo la actuación de su vecino Stépan contra el que no tomaría ninguna represalia por haber intervenido nada más enterarse, no como el que había dado lugar a que fueran a buscarlo.
-Lo siento mucho, Liudmila, pero no sabia nada.
Llamó a Seriozha quién confirmó lo que Liudmila había dicho Entonces Nokolai lleno de ira y de vergüenza se dirigió a su hijo y le dijo:
-Eres un mal hijo. Mira la vergüenza que me estás haciendo pasar. Si me lo hubieras dicho ayer mismo hubiera podido hacer algo y ahorrarme esta vergüenza. ¡Díme ahora mismo porqué no me lo dijiste!
Nikolai callaba con la cabeza gacha y su padre enfurecido volvió a gritarle mientras le zarandeaba:
-¡Porqué no me lo dijiste!
Entonces Liudmila intervino y dijo a Stépan mirándole a la cara:
-No hace falta que el chico conteste. Yo te lo diré. No te lo ha dicho por miedo a tu castigo y porque sabía que no le ibas a escuchar. Después de ver cómo lo tratas, cualquiera tendría miedo de decirte algo parecido.
-Pero yo soy su padre y me debe respeto.
-Si, pero eres un mal padre. El respeto que se gana con miedo , a la larga se vuelva contra uno mismo. Pero si ganas el respeto con amor, cada vez se hará mayor y serás un ejemplo para ellos.
El padre, muy contrariado comenzó a farfullar entre diente. Se dio cuenta que él había sido la causa de la falta de confianza de su hijo.

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