Declaración de intenciones


jueves, 13 de diciembre de 2012


La niebla; mano blanca poética y vengativa llena el aire con su traje de vaporoso tul,
desde las cimas de los montículos pedregosos y deshabitados de vegetación hasta los bordes verdosos de las acequias y las orillas del azarbe. Huertos de naranjos difuminados y húmedos se esparcen por el  paisaje y sujetan con sus ramas el vapor que, ya amenazado por los primeros rayos de sol prefiere esconderse y desaparecer. Todo tiene un aspecto aterrador cuando la niebla lo embadurna con su fragancia. La  noche, aliada de la niebla llega a su fin y como un monstruo saciado de sangre regresa a su ataúd y se cierra con siete llaves para protegerse de la luz. Por fin regresa la felicidad al insomne y el anciano se besa en las yemas de los dedos incrédulo por haber despertado y seguir vivo.
Los colores van surgiendo de la sombra y toma brío la voz de la mañana; pájaros silvestres, gallinas y otros animales; desde los corrales entonan un cántico desordenado, pero cántico al fin y al cabo, con la misma melodía, el mismo ritmo, la misma cadencia, los mismos instrumentos que sonaron ayer mismo, ahuyentando de forma perezosa al solitario silencio. Y allá, al fondo, sobre la colina seca se yergue como un coloso la casa con la fachada blanca, donde un día viví y una noche encontré la muerte. 

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