Desde
el principio fuiste bastante conformista en la cama. Daba la impresión que
querías demostrar más tu afecto y empatía hacia mí que la pasión que sentías en
esos momentos de intimidad.
No quiero decir que
no disfrutara contigo; estábamos en un punto medio, algo que para muchas
personas podría calificarse de satisfactorio, pero otras, entre las que yo me
cuento, lo calificarian de deficiente. Yo creí que debía ser así porque sólo
había mantenido relaciones sexuales completas contigo y me sentí muy
decepcionada, no contigo sino por lo que esperaba de nuestras relaciones
sexuales. Sólo podía compararte con mi imaginación con evidente subjetividad. Reconozco
que no eras mal amante, porque es cierto que en determinados momentos me hacías
disfrutar y me sentía de maravilla, eufórica y llena de ternera y de vida. Era
gratificante que con tus caricias recorrieras mi cuerpo. Pero otras veces, las
más, eras un autómata y sencillamente no llegaba a conectar contigo, como si
bailáramos una danza y cada uno escuchara
la misma música pero interpretada con diferentes instrumentos. Lo cierto es que
sentía que no estabas a mi altura. Estabas muy por debajo de lo que yo
necesitaba, cada vez con mayor apremio, y me sentía extraña y rabiosa contigo
porque no eras capaz de darme el placer que estaba segura que podía alcanzar.
Hacer el amor contigo se convirtió en algo superficial que no me satisfacía y
en cierta medida estaba renunciando a mi derecho a gozar, a sentirme una mujer
capaz de compartir mi cuerpo, que por cierto cuidaba bastante bien y del que
estaba orgullosa. Con el paso del tiempo yo me sentía vacía cuando hacíamos el
amor, en cambio tú mantenías tu ritual anodino y repetido, casi cronometrado. Creo
que fue esa rabia lo que hizo que te engañara con Javier. Como ya te he dicho,
en alguna ocasión sí que hiciste que tocara el cielo del placer, pero fueron
las menos. En cambio con Javier era otra cosa, era pasión en estado puro, sin
complejos, cada orgasmo era la erupción de un volcán, era un vuelo en caída
libre, sin embargo contigo era un paseo en un carrusel de feria. Empezó siendo
un juego y acabé enamorándome de él. Un día, cuando yo empezaba a creerme el
sueño de comenzar una nueva vida, Javier en un arranque de sinceridad confesó
que se lo pasaba muy bien conmigo, y que todo iría bien mientras que nuestra
relación se limitara a encuentros puramente sexuales, sin compromisos. Mi
maltrecho orgullo hizo que me manifestara de acuerdo, pero esa fue la última
vez que me nos vimos a solas. Para mí todo había acabado con el. De golpe, como
se recibe un baño con agua fría sentí el mayor de los ridículos. ¡ Diós mío, cómo
pude ser tan tonta y no darme cuenta que sus atenciones y sus muestras de
cariño no eran otra cosa que parte del ritual previo a la cópula! hasta un
chimpancé se habría dado cuenta, incluso una cucaracha. Y sin embargo yo,
convencida de estar en el último peldaño de la escalera evolutiva, había
cometido el peor de los errores, la mayor de las vejaciones; me había dejado engañar
por el corazón. Y entonces, cuando yo estaba hundida y perdida allí estabas tú
para consolarme y velar mis pesadillas, en silencio, sin reproches,
complaciente, como si nada hubiera pasado. Fuiste un bálsamo sagrado para mi
espíritu. Lo único que te recrimino es lo cruel que fuiste al no dejarme que te
explicara lo que había significado Javier y que al final había comprendido que
tu eras mi verdadero compañero incondicional; fue un castigo duro el que me
infligiste con tu no querer saber. Me obligaste a mantener todo el dolor dentro
de mí, cociéndome, taponando la única válvula de escape que podía utilizar para
liberar parte de mi carga. Sólo necesitaba que me perdonaras, necesitaba que reprocharas
mi comportamiento y me dajaras claro el daño que te había hecho. Aunque no me
hubieras perdonado, pero necesitaba oírtelo decir, necesitaba que me despertaras
de esa pesadilla. En cambio solo obtuve silencio. ¿Por qué no decías nada?
¿Acaso no me lo merecía? ¿Qué querías que hiciera? Aún no logro comprender por qué me trataste de
esa manera; aún reconociéndome culpable en primer grado de deslealtad, de
infidelidad, de orgullo, de estar ciega, aún así me merezco algo más que tu
silencio. ¡Maldito seas por el calvario que me has hecho pasar estos últimos
veinte años! Y lo peor de todo es que ya no tengo esperanzas ni de que seas
capaz de volver a reconocerme. La esperanza fue lo que me mantuvo unida a ti después
de aquello. Esperanza en un punto y aparte que sirviera para rehacer nuestra
vida.
No
sé porque sigo obsesionada con que me perdones. Ha pasado tanto tiempo que ya
no tiene importancia, además que si no lo hubieras hecho te habrias portado
conmigo de una manera más fría, y no logro recordarte frio o distante, sin
embargo tengo solo recuerdos de lo contrario; como me apoyaste cuando decidí
volver a trabajar haciéndote cargo de parte de las tareas de casa, cuando a ti te
habían importado un pepino; y como te esforzabas en complacerme y darme la
razón cuando discutíamos, porque me daba cuenta que dabas tu brazo a torcer con
demasiada facilidad. La sutileza no ha sido tu punto fuerte.
Te
miro tras el cristal de seguridad y no soy capaz de descubrirte bajo esas
arrugas y tu delgadez extrema. La podredumbre que conlleva el tiempo se ha
hecho evidente demasiado pronto en tus ojos, tu cara y tus manos y se ha apoderado
de ti. ¡Con lo que tú has sido! No te reconozco así. No veo tu pelo rizado
oscuro, ni tu nariz de halcón, ni tus labios finos. Sin embargo, a veces,
cuando sonríes ligeramente, por una décima de segundo te estoy viendo y es
suficiente para recordar momentos felices. Y es que son ya 39 años viviendo juntos.
Bueno, 36 y medio porque no cuento los últimos dos años y medio en que has
estado viviendo en la calle. Lo que has tenido que sufrir. No se cómo te has
podido apañar para dormir, con lo friolero y lo quejica que eres. Recuerdo que con
solo unas décimas de fiebre te ponías insoportable y no digamos ya lo cumplido
que eras con las recomendaciones del médico. Has debido sufrir mucho, cariño
mío, pero ya pasó, tranquilo, aquí estarás bien hasta que te repongas y puedas
volver a casa y pueda cuidarte como tú lo has hecho otras veces conmigo.
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