Declaración de intenciones


lunes, 8 de abril de 2013



Desde el principio fuiste bastante conformista en la cama. Daba la impresión que querías demostrar más tu afecto y empatía hacia mí que la pasión que sentías en esos momentos de intimidad.
No quiero decir que  no disfrutara contigo; estábamos en un punto medio, algo que para muchas personas podría calificarse de satisfactorio, pero otras, entre las que yo me cuento, lo calificarian de deficiente. Yo creí que debía ser así porque sólo había mantenido relaciones sexuales completas contigo y me sentí muy decepcionada, no contigo sino por lo que esperaba de nuestras relaciones sexuales. Sólo podía compararte con mi imaginación con evidente subjetividad. Reconozco que no eras mal amante, porque es cierto que en determinados momentos me hacías disfrutar y me sentía de maravilla, eufórica y llena de ternera y de vida. Era gratificante que con tus caricias recorrieras mi cuerpo. Pero otras veces, las más, eras un autómata y sencillamente no llegaba a conectar contigo, como si bailáramos una danza  y cada uno escuchara la misma música pero interpretada con diferentes instrumentos. Lo cierto es que sentía que no estabas a mi altura. Estabas muy por debajo de lo que yo necesitaba, cada vez con mayor apremio, y me sentía extraña y rabiosa contigo porque no eras capaz de darme el placer que estaba segura que podía alcanzar. Hacer el amor contigo se convirtió en algo superficial que no me satisfacía y en cierta medida estaba renunciando a mi derecho a gozar, a sentirme una mujer capaz de compartir mi cuerpo, que por cierto cuidaba bastante bien y del que estaba orgullosa. Con el paso del tiempo yo me sentía vacía cuando hacíamos el amor, en cambio tú mantenías tu ritual anodino y repetido, casi cronometrado. Creo que fue esa rabia lo que hizo que te engañara con Javier. Como ya te he dicho, en alguna ocasión sí que hiciste que tocara el cielo del placer, pero fueron las menos. En cambio con Javier era otra cosa, era pasión en estado puro, sin complejos, cada orgasmo era la erupción de un volcán, era un vuelo en caída libre, sin embargo contigo era un paseo en un carrusel de feria. Empezó siendo un juego y acabé enamorándome de él. Un día, cuando yo empezaba a creerme el sueño de comenzar una nueva vida, Javier en un arranque de sinceridad confesó que se lo pasaba muy bien conmigo, y que todo iría bien mientras que nuestra relación se limitara a encuentros puramente sexuales, sin compromisos. Mi maltrecho orgullo hizo que me manifestara de acuerdo, pero esa fue la última vez que me nos vimos a solas. Para mí todo había acabado con el. De golpe, como se recibe un baño con agua fría sentí el mayor de los ridículos. ¡ Diós mío, cómo pude ser tan tonta y no darme cuenta que sus atenciones y sus muestras de cariño no eran otra cosa que parte del ritual previo a la cópula! hasta un chimpancé se habría dado cuenta, incluso una cucaracha. Y sin embargo yo, convencida de estar en el último peldaño de la escalera evolutiva, había cometido el peor de los errores, la mayor de las vejaciones; me había dejado engañar por el corazón. Y entonces, cuando yo estaba hundida y perdida allí estabas tú para consolarme y velar mis pesadillas, en silencio, sin reproches, complaciente, como si nada hubiera pasado. Fuiste un bálsamo sagrado para mi espíritu. Lo único que te recrimino es lo cruel que fuiste al no dejarme que te explicara lo que había significado Javier y que al final había comprendido que tu eras mi verdadero compañero incondicional; fue un castigo duro el que me infligiste con tu no querer saber. Me obligaste a mantener todo el dolor dentro de mí, cociéndome, taponando la única válvula de escape que podía utilizar para liberar parte de mi carga. Sólo necesitaba que me perdonaras, necesitaba que reprocharas mi comportamiento y me dajaras claro el daño que te había hecho. Aunque no me hubieras perdonado, pero necesitaba oírtelo decir, necesitaba que me despertaras de esa pesadilla. En cambio solo obtuve silencio. ¿Por qué no decías nada? ¿Acaso no me lo merecía? ¿Qué querías que hiciera?  Aún no logro comprender por qué me trataste de esa manera; aún reconociéndome culpable en primer grado de deslealtad, de infidelidad, de orgullo, de estar ciega, aún así me merezco algo más que tu silencio. ¡Maldito seas por el calvario que me has hecho pasar estos últimos veinte años! Y lo peor de todo es que ya no tengo esperanzas ni de que seas capaz de volver a reconocerme. La esperanza fue lo que me mantuvo unida a ti después de aquello. Esperanza en un punto y aparte que sirviera para rehacer nuestra vida.
No sé porque sigo obsesionada con que me perdones. Ha pasado tanto tiempo que ya no tiene importancia, además que si no lo hubieras hecho te habrias portado conmigo de una manera más fría, y no logro recordarte frio o distante, sin embargo tengo solo recuerdos de lo contrario; como me apoyaste cuando decidí volver a trabajar haciéndote cargo de parte de las tareas de casa, cuando a ti te habían importado un pepino; y como te esforzabas en complacerme y darme la razón cuando discutíamos, porque me daba cuenta que dabas tu brazo a torcer con demasiada facilidad. La sutileza no ha sido tu punto fuerte.
Te miro tras el cristal de seguridad y no soy capaz de descubrirte bajo esas arrugas y tu delgadez extrema. La podredumbre que conlleva el tiempo se ha hecho evidente demasiado pronto en tus ojos, tu cara y tus manos y se ha apoderado de ti. ¡Con lo que tú has sido! No te reconozco así. No veo tu pelo rizado oscuro, ni tu nariz de halcón, ni tus labios finos. Sin embargo, a veces, cuando sonríes ligeramente, por una décima de segundo te estoy viendo y es suficiente para recordar momentos felices. Y es que son ya 39 años viviendo juntos. Bueno, 36 y medio porque no cuento los últimos dos años y medio en que has estado viviendo en la calle. Lo que has tenido que sufrir. No se cómo te has podido apañar para dormir, con lo friolero y lo quejica que eres. Recuerdo que con solo unas décimas de fiebre te ponías insoportable y no digamos ya lo cumplido que eras con las recomendaciones del médico. Has debido sufrir mucho, cariño mío, pero ya pasó, tranquilo, aquí estarás bien hasta que te repongas y puedas volver a casa y pueda cuidarte como tú lo has hecho otras veces conmigo. 

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