Declaración de intenciones


domingo, 13 de mayo de 2012


DISFRAZ DE TORO


Aureliano Rodríguez nació el 16 de junio de 1903. Era mi abuelo.
Murió otro día 16 de junio 101 años más tarde. Los recuerdos que tengo de él son casi transparentes y a malas penas hilvanados en mi memoria. Recuerdo que era corpulento y con malas pulgas, y al andar hacía un movimiento gracioso como exagerando el vaivén de su cuerpo de izquierda a derecha o derecha a izquierda con cada paso que daba. Era el hijo mayor de la saga de Aurelianos Rodríguez que desde tiempo inmemorial existian. De su padre Aureliano Rodriguez, el bisabuelo, no se conoce mucho. Mi madre dice que cuando yo nací él todavía vivía, pero no puedo recordar nada del bisabuelo salvo una foto colgada en la pared del día de su boda con mi bisabuela de la que, curiosamente, no recuerdo que nadie me haya hablado nunca. La foto me parecía una mezcla de fotografía y dibujo a lapiz, con sus rostros a malas penas reconocibles y el papel comido en las esquinas por el tiempo.
Mi abuelo hizo algo de fortuna después de la civil. Me decía mi padre, también Aureliano Rodriguez, que salía de viaje con una pequeña maleta de cartón forrada en tela en la que echaba una camisa, unos pantalones, una muda y su navaja barbera. Al cabo de unos días volvía con un cargamento de patatas, cebollas, almendras, o cualquier otra cosa por el estilo que en pocos días daba salida, no sin antes dejar un buen aprovisionamiento para consumo de la casa. Pudo comprar un terreno en donde construyó esta casa donde yo vivo ahora y montó una agencia de transportes en la capital. Siguió entrando dinero y fuimos considerados una familiar rica, en comparación con la pobreza que reinaba en el pueblo.
Ahora, aunque la casa sea la misma y no esté excesivamente deteriorada solo podría competir con los nuevos chalet que se construyen alrededor por su tamaño.
Hay una habitación a continuación de la cocina, en el pasillo que lleva al cuarto de baño, que está siempre cerrada con llave. Siendo crío le pregunté a mi padre por lo que había dentro de la habitación y el me dijo que hace muchos años guardó allí mi abuelo sus escopetas de cartuchos y todo lo que tenía que ver con la caza, a la que fue muy aficionado. Le pregunté porqué las había guardado si era tan aficionado a la caza. Entonces me pasó el brazo por los hombros y me dijo << Te voy a contar una historia que pasó hace mucho tiempo >>. Y comenzó su relato. << Yo tenía dieciseis años cuando pasó esto. Vivíamos en la casa los abuelos, tus dos tías, tu bisabuelo y yo. Tu bisabuelo no estaba bién de la cabeza. Tenía demencia seníl y era como si estuviera viviendo en su juventud; cantaba canciones de la época, decía que había visto o hablado con alguien ya fallecido hace tiempo, se negaba a hacer de vientre en la taza del water; para cagar tenía que hacerlo en el huerto. Cuando tu abuelo compró la primera televisión la instaló en la cocina, frente a la mesa donde comíamos y el se daba la vuelta para no verla porque decía que no era posible que hubiera gente dentro, que eso era brujería. El caso es que se pasaba el día en otro mundo, sentado en una silla en la puerta de la casa y simulando que disparaba con su bastón a cualquiera que pasara por delante; incluso imitaba el sonido del disparo. Todos nos reíamos de la ocurrencia.
Un día de carnaval, unos cuantos amigos decidimos disfrazarnos y salir en el pasacalles que recorría el pueblo. Quedamos en casa para salir todos juntos y de paso tu abuela nos prepararía una merienda. Cada uno apareció con un disfraz diferente. Casi todos aprovecharon las ropas del trabajo de su padre: cartero, conductor de autobuses, mecánico. Uno de mis amigos que era tartajoso prometió que el suyo sería el mejor disfraz de todos. Y ya lo creo que fue el mejor.>> En este momento mi padre soltó una carcajada que no podía contener. Tomó aire y continuó. <<Ya estábamos todos en casa con los disfraces de siempre, pero faltaba el tartajoso. Cuando ya habíamos decidido empezar la merianda sin él, oimos un mujido que entraba por la casa. Era el tartajoso disfrazado de toro. Llevaba una capa negra hasta el suelo y enfundada en su cabeza, una cabeza de toro en cartón piedra que había sacado de no se sabe donde.>> La risa no le dejaba terminar las palabras. Se sacó el pañuelo y se secó las lágrimas jadeante << Imagínate. Todos muertos de risa. Entonces el bisabuelo se levanto de la mecedora del salón donde estaba y se dirigió al pasillo del water muy apresurado. Todos pensamos que se había a sustado y entraba a encerrarse, lo que hizo que la risa aumentara. Y en plena algarabía, vitoreando al tartajoso por su magnífico disfraz, y él intentando explicarnos de donde lo había conseguido pero sin conseguir decir nada inteligible, sonó un estruendo en el salón donde estábamos. Nos quedamos petrificados y vimos al bisabuelo con la escopeta de tu abuelo aún en la cara apuntando al toro. El tartaja cayó redondo al suelo sin moverse. Todos nos imaginamos que estaba muerto, pero quisimos hacer algo y lo rodeamos pensando lo que podíamos hacer. Entonces el bisabuelo se acercó por detrás de nosotros arrastrando los pies, con una sonrisa en la cara de oreja a oreja y dijo; <<Reirse, reirse ahora...>>
Los cartuchos que utilizó eran de fogueo y no nos pasó nada a nadie, pero el tartaja no volvió a pisar la casa y estuvo varios días en cama descompuesto.
El caso es que los cartuchos de postas estaban junto a los de fogueo y siempre nos quedó la duda si la intención del bisabuelo fue la de darnos un susto o si se equivocó de cartuchos.>>

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