Declaración de intenciones


miércoles, 7 de noviembre de 2012


Nunca quise hacer daño a nadie. Y digo esto aun cuando soy consciente de que soy culpable
porque con lo que hice arrastré a la infelicidad a varias personas que yo creía que me querían. Para mi descargo debo mencionar el hecho de que esas personas se recrearon en su infelicidad y no hicieron nada por intentar ser personas, y a su vez arrastraron a otras personas inocentes por las que también me siento culpable, más porque sí las amo que por ser verdaderamente autor de su desdicha.
Si, soy culpable pero no lo lamento. ¿Acaso podría haber actuado de otra manera y seguir mirándome al espejo sin sentir desprecio por mí mismo? Decididamente no. Debo aprender a descubrir la verdad por encima de todo y solo así seré libre del miedo y la confusión.
Querida Adela, me cuesta trabajo recordar tu cara, solo tenías ocho años pero yo sentía verdadera pasión por ti, hija mía. No me dejaron regresar a recoger mis cosas. Solo encontré en la puerta de casa un par de maletas en donde entre camisas y loción de afeitar no había ningún objeto que pudiera sostener un recuerdo tuyo. Tú fuiste en esta historia eso que llaman víctima colateral aunque en cierta medida todos lo fuimos. Ojalá hubiera podido protegerte con una campana de cristal para que la onda expansiva del rencor y el desprecio no te afectara, porque eras lo más importante de mi vida y no supe cuidarte. De eso si me arrepiento; de no haber luchado por ti, de no haberme rebelado y haber dicho ¿porqué me apartáis de mi hija? pero la vergüenza me hizo cobarde. Al menos sé que te pareces a mí físicamente y eso me consuela hasta cierto límite porque, aunque te hayan contado extrañas historias sobre mí y tú quizás las hayas creído, en sentido figurado lo digo, aún así te pareces a mí con ese hoyuelo que te sale cuando sonríes y lo haces mucho, al menos lo hacías y espero que sigas haciéndolo.
Tú no sabes lo que significa vivir con una persona por la que no sientes nada especial. Es cierto que me casé enamorado de tu madre y que los primeros años fueron buenos para nosotros. Nos lo pasábamos bien uno junto al otro, aún sin hacer nada. Sé que no es correcto culpar a la otra parte cuando no está presente y mucho menos utilizar expresiones excluyentes y absolutas a la hora de juzgar el comportamiento de nadie, pero yo necesito explicar lo que veía y como lo vivía y por eso no tengo más remedio que decir que tu madre fue cambiando poco a poco y fue adoptando los mismo comportamientos que a mí me recriminaba. Se volvió muy intransigente y llegó un momento en que no se podía hablar con ella. Mi vida tampoco era un camino de rosas; quería a tu madre pero me sentía atraído por hombres. Te prometo Adela, que esta atracción no afectaba en nada mis sentimientos hacia tu madre. Lo que sí debió pasar es que conforme aumentaba el rechazo de tu madre crecía en mí la necesidad de sentir afectividad aunque fuese buscándola esporádicamente en otros ambientes y al final, esa necesidad de sentir se desbocó y se hizo dueña de mí, y terminé aceptándola como algo natural e inevitable.  Ya no sé si obré bien o mal, pero lo hice en conciencia. Tu madre lo sabía porque yo se lo dije porque necesitaba descargar mi conciencia. Lo único que no soportaba era que la hubiese engañado con otra persona. Espero que comprendas que no tenía más remedio. No sé cómo explicártelo, pero es así.
Durante esas temidas noches en que te da tiempo a observar como ruidos de transeúntes noctámbulos se van confundiendo poco a poco con los de los mañaneros y ya no puedes seguir el recorrido de los coches desde la lejanía  pasando por debajo de la ventana hasta que se pierden otra vez en la lejanía porque lo que oyes es mezcla continua irreconciliable de sonidos, pensaba qué sería de ti. Te imaginaba estudiando arte en la universidad porque siempre decías que de mayor ibas a ser pintora. Ojalá hayas conseguido hacer lo que verdaderamente te haya gustado hacer, sea lo que fuere.
Todo tiene su momento y ahora, ya con 75 años he encontrado por fin el ánimo y la lucidez suficiente para escribirte. Pero el mérito no es mío, es de una enfermera de la residencia donde vivo, Clara, con la que tengo mucha confianza. Ella sabe mi historia y lo que he sufrido pensando en ti y me ha prometido que te buscará para entregarte la carta, pero aunque sea viejo aún puedo razonar y sé que no te encontrará. Mejor, porque estas cosas son para decirlas cara a cara.
Murcia, a treinta y uno de diciembre de 2.011



Candela terminó de leer y miró a Adela, su madre. La sensación que le produjo ver cómo dos lágrimas se abrían camino en el rostro inexpresivo de su madre fue como si un gran tambor estuviera sonando en su estómago, como si un capullo rompiera y la crisálida que lo habitaba, ahora convertida en ella misma, Candelaria, pujara por salir. Fue un instante de dolor, el mayor dolor que se puede sentir, ese que te desgarra y al que te abandonas resignado, pero esta vez efímero porque el propio dolor le proporcionaba la mixtura sanadora, el bálsamo del perdón y la reconciliación.

Esta vez sí pudo hacerlo. Le cogió la mano a su madre, que giró la cabeza hacia el lado donde estaba ella y le miró a los ojos en donde le pareció ver una expresión diferente.¡Que ojos tan bonitos, Dios mío!.
-Mamá, te quiero - y rompió a llorar en su regazo.

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