Esta mañana, querida amiga, ha amanecido chispeando. 
En realidad me imagino que ha amanecido, porque el sol no ha dado señales de vida hasta las doce de la mañana, por lo menos. Pudiera ser que anoche se le fuera la mano allá en las antípodas y hoy necesitara recuperar fuerzas. A lo mejor es la edad. No se. El caso es que no serían las doce y media cuando la calle se ha iluminado de una manera especial. La luz que llegaba de entre la nubes resaltaba las figuras de forma que los colores parecían  saturados artificialmente. El suelo mojado disparaba reflejos fulgurantes, como si fueran pequeños soles caídos del cielo, igual que las hojas de los naranjos. No se. Es de esos momentos en que te hubiera llamado para decirte "mira, mira que cosa tan bonica" tú me habrías contestado con un "si" tajante y eso me habría dado pié a decirte lo que me gusta esa luz extraña y te habría escrito una poesía que hablara de lo juguetona e inconstante que es esa luz. Que me recuerda a los campos de olivos en el atardecer, al óleo (No es que donde yo ando haya muchos olivares, pero he visto pinturas al óleo de campos de olivos con esa misma luz. Las hojas de los olivos tienen dos tonos de verde, según mires un lado u otro de la hoja,  ambos pálidos, pero uno es más blanquecino y brillante que otro. Quizás sea por eso que es diferente) Que es una luz que presagia tormenta, ansiada por algunos en estos momentos del invierno próximos a la primavera y temida por otros. Que es luz infiel a nuestras pupilas. Que es como el momento en que el buceador sube a la superficie a tomar oxigeno y vuelve a sumergirse. Que no cae y se queda quieta, sino que aletea de una cosa a otra, lo mismo se sube a un perro que a una farola. Que no soy capaz de asociar esa luz a ningún recuerdo que no sea a ella misma en otro espacio-tiempo vacío de memoria. 

Pero todo esto fue esta mañana. Esta noche aún continúa lloviendo, con la misma intensidad desde hace varias horas, y hace frío. Mañana será otro día. Me imagino.